
17. Berlanga, Ana María
Pedagoga.
(1880 - 1935)
Ana María Berlanga fue una mujer líder en la educación de personas con discapacidad durante inicios del siglo XX. Nació en el municipio de Montemorelos, en Nuevo León, el 8 de abril de 1880 y como muchas mujeres en el contexto de la época, al ser hermana mayor se encargó del cuidado de sus tres hermanos, lo que la motivaría en los años posteriores a dedicarse a la educación. Es recordada por su administración de la entonces precaria Escuela Nacional de Sordomudos, en un período en el cual las personas con discapacidad eran discriminadas en la sociedad mexicana, por lo que Berlanga luchó también por su inclusión social y combatió los prejuicios de su época.
Mi historia
La profesora montemorelense se crió en una familia de clase trabajadora ubicada cerca de Coahuila. Su padre fue David Berlanga, empleado de la fábrica Dávila-Hoyos, y su madre fue Francisca Guerrero. Estudió en la Escuela Normal de Monterrey y se graduó en 1895. A su vez, compartió hogar con sus hermanos David, quien después también se abocó a la docencia por influencia de su hermana, y Francisco de Paula, que terminó uniéndose al ejército revolucionario y llegó al rango de Teniente Coronel.
Para 1911, Ana María Berlanga era directora de la Escuela Normal de Profesoras, mientras que Alfredo Uruchurto fue designado para la de profesores. Durante su administración Berlanga preparó también la cátedra de Trabajos Manuales e impartió la asignatura de costura. Asimismo, su hermano David, entonces el director general de Educación Primaria, la apoyó para que acudiera como delegada en su nombre al Congreso de Educación en Jalapa, Veracruz. Junto con la maestra tamaulipeca Estefanía Castañeda, ambas fueron las únicas mujeres que asistieron a este evento. Sin embargo, la llegada de Victoriano Huerta al poder ocasionó un breve período de inestabilidad dentro de las escuelas, que cambiaron de personal, por lo que Berlanga abandonó la institución.
Durante este momento histórico de transición los profesores varones empezaron a escasear, por lo que una nueva generación de mujeres maestras comenzó a integrarse en centros educativos fuera de la enseñanza infantil. De esta manera, ante la falta de hombres para encargarse de la Escuela Nacional de Sordomudos, y debido a la creencia de que las personas con discapacidad requerían una atención más maternal, una serie de maestras lideró la institución durante la década de 1920.
Primero entró Natalia Serdán, quien buscó equilibrar su falta de experiencia con un carácter amable y una predisposición para ayudar. Tras ella llegó Ana María Berlanga en 1928, quien entonces llevaba un currículum vasto como pedagoga y gestora de centros educativos, así como en la enseñanza de personas con discapacidad auditiva, ya que se había especializado en esta área en Estados Unidos y asistió al Congreso de Maestros de Sordomudos de 1920, en Filadelfia, y permaneció a cargo de la escuela por los siguientes dos años.
Antes de la entrada de Berlanga, la Escuela Nacional de Sordomudos tenía sólo el propósito de educar a las personas con discapacidad con el propósito de que estos fueran aptos para conseguir trabajos pequeños, No había interés por lograr su inclusión social o darles una educación transformadora, ya que en primer lugar se consideraba que carecían de inteligencia.
Por su parte, Berlanga contaba con un gran conocimiento teórico y práctico sobre la enseñanza, por lo que presentó un programa que reestructuró el plan de estudios, lo modernizó e introdujo nociones sin precedentes en la educación de personas sordomudas, poniendo como meta principal la comunicación de los alumnos. Este enfoque presentó resultados positivos en los años siguientes y favoreció la integración de los egresados en trabajos mejor remunerados y dotó a la institución de un nuevo prestigio.
Ana María Berlanga falleció en 1935 en la Ciudad de México, dejando un legado importante en la historia de la educación en el país, y se convirtió en un símbolo de la inclusión social y la enseñanza a personas con discapacidad. La aproximación de Ana María Berlanga buscaba trascender el valor productivo de la educación y en su lugar buscó que sus estudiantes pudieran realizarse como personas integrales y formar parte activa de la sociedad.